RESEÑA: LA VIDA INVOLUNTARIA, BRIANNA CARAFA

Fuente: Undine von Reinecke

Ficha Técnica

Editorial: Caleidoscopio de Libros

Colección: Clásicos modernos

Traducción: David Paradela

Rústica con solapas

Formato: 14,5 x 21,5

Número de páginas: 160 

Precio: 19,50 €

ISBN: 978-84-19930-10-1 

Peso:  275 gramos


Sinopsis de la Editorial

¿Puede reducirse la vida a una sucesión de acontecimientos involuntarios que determinan quiénes somos de forma irreversible e inevitable? Esta es la pregunta que impulsa al joven Pintus a abandonar el mar y la obsesiva imagen de los «Tejados Rojos» de Oblenz, para aventurarse en una ciudad desconocida, plagada de deseos ilusorios y erráticos, pero velados por la indiferencia.

El precio a pagar será la destrucción de su mundo: afectos, ilusiones, recuerdos, amistades… Su realidad quedará arrasada por una absoluta necesidad de autodeterminación, de reconocerse entre los pliegues de la voluntad ajena y los arbitrarios desvíos del azar.


Propuesta musical para este libro

La Isla de los Muertos, Op. 29, Serguéi Rajmáninov

*Crédito del vídeo: Canal de YouTube Antonio Prieto Pérez

La pieza que el lector está escuchando es La isla de los muertos, Op. 29, un poema sinfónico del compositor ruso Serguéi Rajmáninov. La obra fue compuesta en 1908, y está inspirada en una de las copias del óleo simbolista homónimo pintado por el suizo Arnold Böcklin (1827-1901). Considerada como un claro exponente del postromanticismo ruso de principios del siglo XX, Rajmáninov compuso este poema sinfónico en Dresde, ciudad en la que se había instalado unos años antes junto a su familia para huir de los disturbios desatados en Rusia tras el Domingo sangriento y la Revolución de 1905. Años después, concretamente en 1909, el poema se estrenó en Moscú con el propio Rajmáninov a la batuta.

He elegido esta obra musical para acompañar la reseña de hoy, porque Brianna Carafa, al igual que muchos otras figuras a lo largo de la historia, también introdujo el motivo de La isla de los muertos en su libro; el simbolismo que sirvió de inspiración a Rajmáninov es tan potente como el empleado por la escritora italiana en La vida involuntaria.


Lo que Undine opina del libro


<Porque nadie puede saber por ti. Nadie puede crecer por ti. Nadie puede buscar por ti. Nadie puede hacer por ti lo que tú mismo debes hacer. La existencia no admite representantes.> Jorge Bucay (1949– )


Decía el escritor y periodista uruguayo José Saramago (1940-2015), que el código moral del fin del milenio no condenaba la injusticia, sino el fracaso. Y esta punzante máxima, que tiene regusto de amarga realidad actual, me hace preguntarme si no es posible que sea nuestra propia sociedad la fracasada a la hora de glorificar o condenar. 

No es la primera vez que me invade un pensamiento de este tipo tras leer un libro. De hecho, desde que comencé a interesarme por el mundo editorial, he descubierto que este es un sector propicio para que se materialice esta realidad. ¿No es cierto que muchas veces triunfa notoriamente lo banal sobre lo trascendental? Y, de este modo, muchos autores interesantes son condenados al anonimato y al olvido sepulcral.

Afortunadamente, como vengo apuntando desde que comenzó esta temporada literaria, a nuestro país no le faltan valientes empresas independientes que, a modo de un quijotesco valedor de los buenos libros, se empeñan en poner en nuestras manos tesoros literarios sepultados.

Fuente: Caleidoscopio de Libros

Este es el caso de La vida involuntaria de la escritora italiana Brianna Carafa, un deslumbrante texto descubierto una vez más por Caleidoscopio de Libros, que lo ha puesto a nuestra disposición con el excelente trabajo de David Paradela en la traducción.

Creo haber comentado en más de una ocasión que no publico reseñas de todos los libros que voy conociendo. Me gusta compartir con mis seguidores lo mejor de lo que leo y los textos que, por diferentes razones, pueden resultar de interés general. Estas dos circunstancias se han dado en La vida involuntaria, un título que comencé con una pizca de escepticismo tras leer las primeras páginas y que, como si de una posesión se tratara, me llevó a devorarlo con frenesí en pocas horas, hasta alcanzar el punto final. Al concluirlo, realicé una búsqueda biográfica de Brianna Carafa, autora de mente brillante y poderoso estilo, que había conseguido reducirme poco a poco hasta derrotar rotundamente mi susceptibilidad. No encontré demasiada información, más allá de lo que Calidoscopio de Libros nos ofrece en su resumen editorial. Por ello, tuve que visitar algunas páginas italianas para conocer algo más. 

Dejando a un lado el tema de su nacimiento y defunción (Nápoles 1924- Roma 1978), su pertenencia a una familia noble napolitana, que tiene entre sus antepasados al Papa Pablo IV (1476-1559), y que por parte de su madre era de ascendencia polaca, los datos que más me interesaron de su vida tenían carácter intelectual. Me refiero a que su herencia genética habla de un padre, el duque Antonio Carafa d'Andria, que fue traductor de Goethe, de un abuelo que había hecho lo propio con Tolstói, y que su educación la recibió en Roma a cargo de su abuela materna, una mujer de bandera, que fue una de las primeras sufragistas. De hecho, parece ser que todas las mujeres de su familia imprimieron carácter en Brianna Carafa.

Estudiante de arquitectura en la universidad de Roma, con los años Carafa cambiaría de dirección intelectual, dejó su primera elección para estudiar psicología y ejercer finalmente como psicoanalista, una alternativa profesional arriesgada para la mujer italiana en aquellos días. Recordemos que estamos hablando de la década de 1950. Así nos lo indica el profesor italiano Mateo Moca en un interesante artículo.

Angelo Maria Ripellino, 1973. Foto anónima (Fuente: Wikipedia)

Por otro lado, su círculo de amistades fue de lo más sustancial, ya que estaba compuesto por la flor y nata de la élite cultural italiana afincada en Roma que se formó en torno a la eminente figura del traductor, ensayista y eslavista Angelo Maria Ripellino (1923 – 1978), quien ha pasado a la historia por sus amenas y lúcidas críticas literarias. En ese ambiente erudito y magnífico se fraguó la revista Montaggio, una publicación dedicada a la poesía y la fotografía, que la escritora fundó junto al psicoanalista Mario Trevi y el fotógrafo Paolo Di Paolo. Por aquel entonces, concretamente en 1957, Carafa publicó un poemario y trabajó también en dos cuentos que vieron la luz en la revista Botteghe Oscure.

Mujer de refinada educación y amplios intereses, con claras influencias centroeuropeas en su ideario, su intelecto se vio inclinado hacia la pluma de autores de aquellas tierras, que exploraron en sus respectivas narrativas los misterios del comportamiento humano y el psicoanálisis. En ese sentido, la crítica ha señalado nombres de la narrativa de entreguerras, como los de Stefan Zweig o Heinrich Mann, encontrando también  paralelismos con escritores contemporáneos, entre los que se encuentran el del dramaturgo Botho Strauss o el galardonado con el Nobel de Literatura en 2019 Peter Handke. Y si mis lectores me permiten que haga mi propia aportación, les diré que yo veo en La vida involuntaria determinados motivos narrativos y conceptuales que me han recordado a Arthur Schnitzler y al italiano Cesare Pavese.

La vida involuntaria comienza así:

<Recuerdo en Koblenz, mi ciudad natal, una calle polvorienta, cerrada por un lado por pequeñas construcciones con rótulos pintados en las puertas y surtidores de gasolina. Detrás había una colina yerma batida por los vientos caprichosos del mar.>

La vida involuntaria nos traslada a Oblenz, una ciudad costera imaginaria. Allí vive Paolo Pintus, un huérfano de padre y madre, que ha sido criado por una tía, también fallecida, quedando a cargo del hermano de su padre. Desde niño, Paolo ha crecido falto de maternal atención, y sintiendo un cierto hastío hacia lo que ve a su alrededor. Sólo los Tejados Rojos, una casona oculta tras un muro y un bosque que la cercan, seduce su imaginativa atención. Por ello, cuando llega a la edad universitaria, el protagonista decide abandonar Oblenz, siguiendo los consejos de su mejor amigo, que ve en ello la oportunidad para que madure y, finalmente, deje atrás todas sus inseguridades. El lugar elegido es Vallona, una ciudad universitaria norteña, fría y brumosa, donde Paolo se matricula en la Facultad de Filosofía. Sin embargo, la experiencia universitaria no resulta tan fácil de acometer como Paolo imaginaba. Este, imbuido por un huracán de relaciones personales más o menos desconcertantes, conocerá el despertar al amor, al deseo sexual y las primeras decepciones sentimentales e intelectuales. Todo ello le afecta de manera vehemente, entrando en crisis y planteándose si fue una buena elección el camino elegido como opción.

1a Edición italiana de Einaudi (Fuente: Amazon)

La vida involuntaria es una vibrante y deslumbrante novela que fue publicada por la prestigiosa editorial Einaudi con el título original de La vita involuntaria. Ese mismo año de 1975, la obra fue seleccionada como finalista del Premio Strega, uno de los galardones más  codiciados de las letras italianas. 

Planteada como una novela de iniciación, la historia es narrada en primera persona por Paolo Pintus, un personaje que, desde mi punto de vista, puede considerarse el alter ego de la escritora. De hecho, en el texto se encuentran diferentes puntos en ese sentido. Por un lado, tanto Carafa como su protagonista nacieron en ciudades del sur y realizan sun estudios en localidades norteñas; y por otro, la obra se sitúa en poblaciones de atmósferas germánicas muy particulares que hacen patente el ideario intelectual y emocional de Carafa. Sin embargo, el paralelismo más significativo que he encontrado entre el protagonista  y su creadora es el interés por la conducta humana y el psicoanálisis aplicado al individuo, una inclinación que llevó a Brianna Carafa a cambiar su dirección de vida y que, de algún modo, también se cierne sobre Paolo Pintus. Mis lectores me perdonarán que no revele el cómo, pues ello desvela gran parte del misterio de esta subyugante novela.

Y así, en un trabajo extraordinario de introspección, la escritora consiguió construir un imaginario soberbio de lo que representa el paso de la juventud a la edad adulta, con el que muchos de mis lectores pueden sentirse en un principio identificados. Amor, amistad, muerte y autodescubrimiento, la evocadora mirada hacia la infancia, la juventud y la determinación o inquietud con la que se llega a la etapa de madurez conviven, conversan y se pelean entre ellas en esta historia, en un esfuerzo titánico por encontrar la propia identidad. El discurso del héroe se maneja entre lo real y lo irreal, entre luces y sombras, entre la compañía y la soledad, entre el estatismo y la vertiginosidad, en una obra de bella factura e intenciones maquiavélicas.

Edición italiana de Cliquot, 2020 (Fuente: Amazon)

Como decía, los bucólicos pasajes que salpican aquí y allá la historia, todos inundados de un maravilloso encantamiento descriptivo, no son más que engañosos espejismos. La lucha que mantiene el protagonista de La vida involuntaria consigo mismo, con su pasado, con un futuro que no identifica, y que no sabe si quiere o no alcanzar, es titánica, feroz. En este punto, la trama se vuelve un tanto inquietante, vertiginosa, tortuosa, y la voz de Paolo se torna cambiante, burlesca, sardónica y, por qué no decirlo, un tanto “animal”. Todo ello enmarcado en una serie de infortunios, que no son más que acontecimientos susceptibles de ser vividos por cualquier individuo, y que a Paolo Pintus le afectan de manera singular, ejerciendo sobre él como un doloroso catalizador para su metamorfosis… El paso de niño a adulto, de provinciano a sofisticado, de larva a imago. Y es ahí, desde mi punto de vista, donde radica el virtuosismo de esta novela, encontrando pasajes de original espíritu existencialista, que Carafa maneja con firmeza penetrante y autoridad.

Comentaba al comienzo de la reseña que inicié mi lectura de La vida involuntaria con cierto escepticismo, y que Carafa paulatinamente me fue conquistando. Esto se debe a la originalidad con la que aborda la historia, a la sagacidad con la que construye a sus personajes, con especial esmero en su principal, a quien estudió desde todos los ángulos posibles que posee el prisma de la naturaleza humana. Por último, el elemento sorpresivo constante, ese que mantiene viva la narración hasta su punto final, entre otros motivos de carácter emocional, traen aromas narrativos de Pavese, que fue otro autor italiano excepcional. Desde mi punto de vista, la obra de Brianna Carafa conecta intelectualmente con El bello verano pavesiano. 

Profundamente humana, impactante y conmovedora, con exquisito simbolismo que aumenta su genialidad, La vida involuntaria avanza hacia un final imponente, súbito y formidable, cobrando sentido todo lo que su autora nos quiso contar. El lector deberá averiguar si en él cabe o no la ambigüedad.

Cuando Brianna Carafa publicó en 1975 La vida involuntaria, Italo Calvino dijo de su obra que era un texto de calidad por su contenido argumental y por su cuidado estilo narrativo. Modestas palabras dedicadas a una obra que, desde mi perspectiva, debería optar a la inmortalidad. El turno le llega ahora a otros lectores, jueces y verdugos que deben resolver si en esta obra hay iluminación o banalidad.


<Un instante de lucidez, sólo uno; y las redes de lo real vulgar se habrán roto para que podamos ver lo que somos: ilusiones de nuestro propio pensamiento.> Emil Cioran (1911-1995)


Undine von Reinecke ♪


La autora por la Editorial

Fuente: Caleidoscopio de Libros

Brianna Carafa nació en Roma en 1924. Descendiente de una noble familia napolitana y de madre polaca, creció en un ambiente refinado, abierto a las más importantes influencias culturales europeas y poblado de figuras femeninas fuertes y emancipadas.

En Roma estudió arquitectura y psicología, y se convirtió en psicoanalista, a la vez que frecuentaba los ambientes culturales de la capital. Se unió al grupo de poetas e intelectuales que se reunían en torno a la figura de Angelo Maria Ripellino, y en 1957 publicó el volumen Poesie y varios relatos cortos en revistas literarias. Con la editorial Einaudi publicó sus dos únicas novelas: La vida involuntaria, finalista del Premio Strega en 1975, y Il ponte nel deserto, en 1978.

Una autora imprescindible que como Antonio Porta escribió tras su muerte: «Su legado está destinado a germinar en todos sus futuros lectores».


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