RESEÑA: LA TUMBA DEL TEJEROR, SEUMAS O'KELLY

Fuente: Undine von Reinecke

Ficha Técnica

Editorial: Sajalín Editores

Colección: Sajalín, 4

Traducción: Celia Filipetto

Edición: 4a

Nº Páginas: 77

ISBN: 978-84-122205-0-6

P.V.P. : 11,50 €


Sinopsis de la Editorial

Mortimer Hehir, el tejedor de un pequeño pueblo irlandés, ha muerto, y sólo dos ancianos, el picapedrero Cahir Bowes y el fabricante de clavos Meehaul Lynskey, pueden encontrar la tumba de su clan en el lúgubre y ancestral cementerio de Cloon na Morav —el Prado de los Muertos—, donde únicamente las familias más antiguas del lugar tienen derecho a ser enterradas. En su tragicómica búsqueda les acompañan dos jóvenes enterradores y la viuda del tejedor, quienes asisten a las continuas trifulcas de los viejos, obcecados en probar su conocimiento del cementerio y, por ende, de la historia de sus inquilinos. Se trata de su última oportunidad de demostrar al mundo su tardía utilidad, aunque sea a costa de enzarzarse en una grotesca farsa con tintes absurdos sin nada que envidiar al humor negro y metafísico de Samuel Beckett o Flann O’Brien.


Propuesta musical para este libro


*Crédito del vídeo: Canal de YouTube Immortal Classical Music

La obra que el lector está escuchando es la Obertura de Marinata, la ópera en tres actos que fue compuesta por el músico irlandés William Vincent Wallace (1812-1865), con libreto de Edward Fitzball (1792–1873). Esta obra está basada en la pieza teatral Don César de Bazan escrita por Adolphe d'Ennery y Philippe François Pinel Dumanoir, que también fue la base para la ópera cómica homónima, compuesta en 1872 por el compositor francés Jules Massenet. Su estreno tuvo lugar en la famosa sala del Theatre Royal, Drury Lane el 15 de noviembre de 1845.

He elegido la obertura de Marinata para acompañar la reseña de hoy, porque su estreno se aproxima en el tiempo con la época en que el matrimonio Henry viajó hasta Irlanda por primera vez, y ese fue el inicio de la famosa leyenda que envuelve a la Abadía de Kylemore, que es lugar elegido para la etapa irlandesa de La vuelta al mundo en doce libros 2024👈.


Lo que Undine opina del libro


<¡Ojalá vivas todos los días de tu vida!> Jonathan Swift (1667-1745)


Hoy, 20 de noviembre de 2024, llego a la Abadía de Kylemore, actual etapa de mi viaje literario La vuelta al mundo en doce libros 2024. En anteriores ediciones del reto, a mi paso por Irlanda, visité junto a mis lectores la ría de Cork, situada en la costa sur del país, que es el punto geográfico desde donde partían rumbo a América muchos irlandeses durante el siglo XIX, con el sueño de hallar una vida mejor. Allí, aprovechamos la ocasión para disfrutar de la narrativa de Joseph Thomas Sheridan Le Fanu👈. También viajamos hasta Dublín en dos ocasiones: en la primera, conocimos la historia de esta nación mientras leíamos a Thomas Mayne Reid👈; y en la segunda, penetramos en el Trinity College para toparnos con Bram Stocker👈, uno de sus alumnos más aventajados de aquel prestigioso templo del saber. El año pasado, con el ánimo de conocer un lugar mítico irlanadés, nos presentamos en la impresionante Calzada del Gigante, y descubrimos a una genial novelista, poeta, historiadora, entomóloga y jardinera irlandesa, una de las más carismáticas de aquellas tierras, la genial Emily Lawless👈.

Este año, siguiendo con ese mismo espíritu legendario, vamos a adentrarnos en otro lugar único que, además de ser una de las atracciones más importantes del circuito turístico del país, guarda en la su memoria un interés romántico digno de ser contado. Comencemos.

Fuente: sitio web soydemadrid.com

La Abadía de Kylemore se encuentra en Connemara, una comarca perteneciente al condado de Galway, en la costa oeste del país, y situada en el mismo paralelo que Dublín. El monasterio pertenece a la orden Benedictina desde 1920, momento en que un grupo de religiosas belgas, huyendo de los horrores de la Gran Guerra, se asentaron en los terrenos del espectacular castillo decimonónico que presidía aquellas tierras. En la actualidad, la Abadía de Kylemore continúa su labor religiosa, y sus inquilinas, bajo la supervisión de The Kylemore Trust, se encargan también de mantener en espléndidas condiciones el patrimonio natural y arquitectónico de Kylemore. Y esta labor no tiene precio para el pueblo irlandés, que ama la romántica historia que comenzó con los cimientos de Kylemore.

Y es ahí donde yo quería llegar. A los orígenes y a la trayectoria de este emblemático lugar, que se remontan al motivo de la construcción de su despampanante castillo, y a la posterior edificación de la magnífica iglesia neogótica erigida algunos años después. ¿Qué habrá detrás de tan suntuosos edificios? Como si de una producción hollywoodiense se tratara, en Kylemore habita una romántica historia de amor. Me refiero a la protagonizada por el doctor y político Mitchell Henry, heredero de un rico comerciante de algodón de Manchester de origen irlandés, y por su bella esposa Margaret Vaughan, que procedía de una prestigiosa familia del condado de Down.

Mitchell Henry
 (Fuente: Wikipedia)

La pareja viajó a Irlanda en la década de 1840, cuando disfrutaban de su luna de miel. Margaret quedó tan fascinada por el paisaje y la belleza de Connemara, que su marido, completamente enamorado, quiso construirle en uno de sus parajes un bello y lujoso nido de amor. Y así, en 1867, de manos del arquitecto irlandés James Franklin Fuller y del ingeniero Ussher Roberts, comenzó en la ladera de una montaña cercana la edificación del castillo medievalista que hoy sigue presidiendo el lugar. Cuentan quienes se alojaron en él, que fue diseñado para ofrecer todas las comodidades disponibles en el momento de su construcción, y que era tan monumental que podía acoger en sus más de treinta dormitorios nobles a un número elevadísimo de invitados. Por otro lado, quienes gozaron del privilegio de alojarse en Kylemore, también disfrutaron de sus muchas estancias de recepción, compuestas por un salón de baile, una sala de billar, una biblioteca, un estudio, el sempiterno salón de fumadores, la sala de armas... Y, por supuesto, observaron el buen funcionamiento de las oficinas administrativas y del área destinada al bien entrenado y atento personal de servicio. En cuanto al resto de la finca, en ella se dispusieron zonas ajardinadas, paseos y un bosque frondoso, todo ello, con vistas a un bello lago que desde épocas inmemorables era el dueño y señor de aquel lugar ancestral. 

En tan bello emplazamiento, el matrimonio Henry formó una familia feliz y numerosa, implicándose en la comarca activamente -Mitchell Henry había abandonado la práctica de la medicina a la muerte de su padre, y se dedicó a los negocios y a la política-, formando parte de la comunidad, dando la imagen de perfectos hacendados campestres de Connemara. De hecho, en el futuro serían recordados como benefactores, ya que las medidas administrativas tomadas por Mitchell para la comarca fueron determinantes para paliar los desastres que había dejado a su paso la hambruna que asoló Irlanda en el siglo XIX.

Margaret Henry (Fuente: Wikipedia)

Sin embargo, la felicidad de los Henry tenía fecha de caducidad. Todo empezó con un viaje a Egipto que la familia emprendió en 1874. Mis lectores recordarán que en la reseña dedicada a La joya de las siete estrellas de Bram Stocker 👈hablé de la creciente afición que surgió en aquellos días en determinados círculos pudientes e intelectuales por la cultura egipcia. Y Margaret Henry no escapó a esta bella seducción, con tan mala suerte, que enfermó gravemente nada más emprender la aventura. Tras dos semanas de cruel sufrimiento, la dama pereció, dejando a su desconsolado marido al cargo de nueve hijos, contando la más pequeña tan sólo dos años.

Dicen que en Egipto usaron su sabiduría remota para que los restos de Margaret llegaran en perfectas condiciones a Kylemore, que sus funerales fueron similares a los de la Bella durmiente, y que fue inhumada en un humilde mausoleo construido en el bosque de Connemara en el que ella, tiempo atrás, tanto había disfrutado. Cuatro años más tarde, concretamente en 1878, Mitchell Henry ordenó la construcción de la preciosa iglesia neogótica de Kylemore. Y aunque los restos de Margaret nunca fueron trasladados a aquel templo, su fascinante imagen quedó como testigo del amor que su devoto marido le profesó. Hoy, el caballero descansa junto a su esposa en el mausoleo del bosque de Kylemore. A los ochenta y cuatro años, habiéndose ganado el respeto y el cariño de sus conciudadanos, dejó este mundo para dormir el sueño eterno junto a su verdadero y único amor.

¿Verdad que parece cuento de hadas, digno de pasar de boca en boca, generación tras generación? Así viene siendo, en un país como Irlanda, conocido por su tradición cuentística y su buenos oradores. Gracias a ellos, los amantes de Kylemore jamás serán olvidados.

Y hablando de cuentos y de buenos cuentistas. Hoy voy a hablar a mis lectores sobre Seumas O’Kelly (1881-1918) que fue un periodista, escritor de ficción y dramaturgo irlandés.

Arthur Griffith (Fuente: Wikipedia)

O’Kelly, que fue compañero de James Joyce en el University Collage de Dublín, y que nació en el legendario condado de Galway, comenzó su vida laboral como periodista en el Southern Star de la ciudad de Cork y de allí pasó al Leinster Leader en la localidad de Naas, donde ejerció como editor hasta 1916, momento en el que empezó a trabajar para el periódico Nationality, que era una publicación perteneciente al Sinn Féin. Mis lectores recordarán que este partido político irlandés de ideología izquierdista fue el antiguo brazo político del IRA. Su fundación se remonta a 1905, y corrió a cargo Arthur Griffith (1871-1922), quien también era escritor y periodista, editor de la publicación antes mencionada, y cuya labor sería determinante en las negociaciones que dieron lugar al Tratado angloirlandés de 1921. Pues bien, Seumas y Arthur fueron correligionarios del partido y colaboradores en sus funciones periodísticas en el Nationality. Podemos hacernos una idea de la vertiginosa vida que llevaban, teniendo presente la época convulsa que se vivía en Irlanda en relación con el tema inglés y la independencia irlandesa. De hecho, el fallecimiento de O’Kelly se debió indirectamente a ello, ya que falleció debido a una hemorragia cerebral, tras un enfrentamiento con soldados de las fuerzas británicas que entraron a la fuerza en la redacción del periódico. 

Este último dato nos lo ofrece Sajalín Editores en la biografía del autor que aparece en la solapa de su libro La tumba del tejedor, que es el título protagonista de la reseña de hoy. La obra fue traducida por Celia Filipetto, y va ya por su cuarta edición. 

La tumba del tejedor comienza así:


<Mortimer Hehir, el tejedor, había fallecido, y fueron a buscar su tumba a Cloon na Mora, el Prado de los Muertos.>


La tumba del tejedor narra la historia de un grupo de personas que se afanan en buscar el lugar indicado para enterrar a Mortimer Hehir, de profesión tejedor, y perteneciente a una larga saga de varones dedicados a esa profesión. La labor no resulta fácil, porque el camposanto es un lugar muy antiguo e inhóspito, tomado por la naturaleza, en el que es difícil identificar las sepulturas de los inquilinos que allí fueron enterrados. Por ese motivo, la misión se la han encargado a dos de los ancianos más sabios de la localidad, con la esperanza de que den con el lugar de sepultura de la familia Hehir. Y así, acompañados de dos jóvenes enterradores, que son hermanos gemelos, y de la joven viuda del tejedor, el par de ancianos se toman muy a pecho su misión. No obstante, cada uno de ellos tienen su propia opinión de cual es la ubicación precisa, y esta rivalidad dará lugar a una serie de coyunturas, tan inesperadas como absurdas, que tienen entretenido un buen rato al lector . 

Edición en inglés de O'Brien Press Ltd
Fuente: Amazon

La tumba del tejedor es una hilarante y disparatada historia, que fue publicada por primera vez en 1919, un año después de que falleciera su autor, con el título original de The Weaver's Grave. La obra fue muy bien recibida en el momento de su aparición, y a día de hoy está considerada una obra maestra irlandesa del género, siendo también uno de los cuentos favoritos y más queridos por los lectores de aquel país, algo que no resulta extraño para quienes deciden leer el relato, ya que su ingenioso y socarrón sentido del humor, combinado audazmente con motivos críticos inherentes a la vida es, desde mi punto de vista, alternativamente desternillante o conmovedor

Todo se debe a su personajes principales, los dos ancianos requeridos para localizar la tumba del tejedor. Estos son Cahir Bowes, el picapedrero del pueblo, y Meehaul Lynskey, que toda su vida la ha dedicado a fabricar clavos. Los dos hombres han llegado a la tercera edad con muchas taras físicas, y estas deformidades hacen de ellos caricaturas de sendos individuos. Sin embargo, sus mentes lúcidas están en plena forma, y ven la misión que les han encomendado como un día de fiesta, como una oportunidad para sentirse útiles y para disfrutar. Y sin duda lo hacen, porque la rivalidad que existe entre ellos da lugar a una disputa cargada de genialidad literaria.

Es en ese momento cuando el escritor denota sus grandes habilidades estilísticas, construyendo una batalla dialéctica despampanante, punzante y enloquecedora. Tan aguda como mordaz, tan escatológica como cómica. Testigos de ello son los enterradores, dos mozos jóvenes y guapos, que asisten a los ancianos en su loca “búsqueda del tesoro”. El uno con jocosa curiosidad, el otro con impaciencia y recatado respeto hacia la viuda allí presente. De hecho, la joven esposa del fallecido, un personaje más interesante de lo que aparenta en un principio, no es lo que de ella se podría esperar. Estos cuatro personajes, y dos más que brevemente se les unirán, conforman una descabellada compañía de comediantes, que a todo lector sorprenderá.

Por el camino el autor se divierte imaginando situaciones de un cómico goticismo, enmarcadas en lugares sacados del imaginario cultural irlandés. Si los dos ancianos pueden compararse con dos traviesos duendecillos de cuento, en las estampas que nos regala Seumas O’Kelly con sus descripciones podemos identificar el espíritu de la Irlanda ancestral. Esa que nos muestran sus más antiguas y fascinantes leyendas.

Y hasta aquí puedo contar. La narración no llega a cien páginas y avanzar más sobre el texto sería inadecuado. 

La tumba del tejedor, la obra no el sepulcro, estuvo muchos años olvidada, conociendo aleatoriamente alguna que otra edición. Lamentablemente, un triste destino común a muchas otras obras maestras... Dicen algunos críticos, que fue la mejor obra del autor y que su rescate final correspondió a algún agraciado editor en lengua inglesa especializado en publicar antologías de cuentos.

Sea como sea, más allá de su evidente carácter perspicaz y jovial, en el que habita un guiño argumental romántico, en este divertido relato subyacen otros temas importantes, destacando su faceta de mostrar virtuosamente el colorido local antes ya señalado. Sin embargo, desde mi punto de vista, el aspecto más deslumbrante de La tumba del tejedor es su función como parábola, una metáfora deliciosamente humana que habla del valor para encarar los contratiempos, del coraje para enfrentar el sufrimiento o la pérdida, y de lo que significa sentirse vivo encarando ya la vejez.


<La tragedia de la vejez no es que uno sea viejo, sino que uno es joven.> Oscar Wilde (1854-1900)


Undine von Reinecke ♪


Os espero a todos el 18 de diciembre de 2024 en Londres, última etapa de La vuelta al mundo en doce libros 2024


El autor por la Editorial

Fuente: Sajalín Editores
Seumas O’Kelly

Loughrea, 1881 – Dublín, 1918

Seumas O’Kelly fue un destacado periodista, dramaturgo, poeta y escritor irlandés. Compañero de James Joyce en la University College de Dublín, escribió varias obras de teatro, dos novelas y cuatro libros de relatos. Falleció prematuramente a los treinta y ocho años de una hemorragia cerebral a raíz de una disputa con un grupo de soldados británicos que irrumpieron en la redacción del periódico Nationality, vinculado al Sinn Féin, del que era editor jefe. Su obra maestra, La tumba del tejedor, publicada póstumamente en 1919, está presente en la mayoría de antologías de literatura irlandesa. Esta es la primera obra de Seumas O’Kelly traducida al español.


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